Hoy estamos de cumpleaños. La celebración comenzó a la medianoche con el canto desafinado de Priscila Guerra, quien decidió entonar una canción totalmente desconocida en lugar del tradicional Cumpleaños Feliz, a Bernardo Enríquez.
Entre risas y con ganas de festejar, partieron una pequeña torta. En la mesa, el vino de honor para hacer el brindis ya estaba servido. Unas cuantas cenas también completaban el panorama. Antes de empezar a comer, el padre pidió que se hiciese el rezo respectivo. Él dijo “Bendice señor lo que comamos para que no vengan más de los que estamos. Y si alguno se atreviera a venir, tú, con tu infinito poder, quítale las ganas de comer. Amén”. Ante las infaltables carcajadas, la seriedad regresó y se hizo la bendición conforme manda la tradición cristiana.
Todos empezaron a comer y a conversar, muy alegres, de distintos temas. Bernardo se divirtió mucho y agradeció por estar con él, por segunda vez en Querecotillo, en su cumpleaños número 27. Después de la pequeña reunión, todos se fueron a descansar.
Amaneció. Las actividades comenzaron a las ocho y media de la mañana. Los chicos aún no terminaban de pintar los salones parroquiales, pero ya les faltaba poco, solo dos puertas y algunas ventanas. Luego de cuatro horas, terminó la jornada mañanera. 
Como en los días anteriores, retornaron a sus casas para almorzar y descansar. A las tres de la tarde llegó la hora de regresar a trabajar. Todos los ingenieros pusieron sus manos en la pintura, otra vez, a excepción de Danna y Meiling, quienes preparaban las charlas para la catequesis de la noche en Salitral y Puente de los Serranos.
Por la noche, los chicos siguieron trabajando en los salones parroquiales. En esta ocasión se dedicaron a encerar el piso. Todo quedó muy limpio. Cuando el reloj marcó las nueve de la noche, ya era tarde. El cansancio los había agotado y solo tenían ganas de dormir para poder ser eficientes en el penúltimo día del campamento.
Por Miguel Porras.
Fotografía: Miguel Porras.